sábado, 20 de julio de 2024

QUIEN RECUERDA VIVE DOS VECES

                                                                                                       

  
En ésta calurosa tarde de verano, el jardín se silencia. La madreselva  florecida mezclándose con el olor dulzón de la dama de noche junto con las rosas, piden benevolencia, a éste aire abrasador y caliente; suplican ráfagas de frescura húmeda, solo el hibiscus  al otro lado  del jardín se balancea disfrutando del caliente sol.                                                                                     


                                                 
                                                         
 
Con los ojos semicerrados, en esta embriaguez provocada por  este letargo estival, este pequeño espacio de naturaleza trae a mis recuerdos otra naturaleza más fría, más húmeda, diferente.
Sintiendo en mi piel la maravillosa frescura y el aroma de la vegetación húmeda, que se interrumpe  al escuchar  a lo lejos el cantar de la chicharras...


 Dicen: "Quién  recuerda vive dos veces". Nuestro recuerdos  en nuestra memoria tienen un modo muy particular de manifestarse, comparando  nuestro presente con  momentos vividos en el pasado.
Cuando lo vivido fue placentero, esos recuerdos se vuelven nítidos y vuelven con la misma intensidad que en los momentos vividos...
Haciéndonos sentir, las sensaciones y emociones que vivimos anteriormente.  

Mi memoria fiel a mis recuerdos,  en esta tarde de este tórrido y ardoroso, verano  me traslada a mis pasos y vivencias, en mi camino de Santiago. Cuando en Andalucía el sol a  estas horas de la tarde nos abrasa, allí la frescura de sus bosques me hacia disfrutar de todo lo que me rodeaba. 



Vivencias del Camino


Empiezo a entrar en un bosque, lleno de castaños, abedules, robles, nogales, chopos, avellanos. Voy disfrutando del camino. El buen tiempo me acompaña.
Miro  y contemplo este hermoso paisaje todo verde, campos de maíz.                                                                                                    
                                                                       
                                                                           
 
       
                                              Vacas comiendo y pastando.



                                             
     
                                                        
El olor es penetrante, olor a campo, a flores silvestres. En el camino hay margaritas, milenramas, campanulas.


                                                 
                                                   

  
                                                        Moras, frambuesas silvestres. 



                                                 

                          A lo lejos también diviso campos de girasoles.  



Los colores se entremezclan con el verde en todas sus tonalidades. A la entrada de las aldeas hay       muchas hortensias en toda gama colores aunque predominan las de color malva y azules.  

                                                    

                                                     
   Paso por algunos campos llenos de árboles frutales, 


                                               

        
higueras y sobre todo manzanos, algunos están al borde del camino,  cojo alguna manzana, me la como. “¡Están riquísimas, tienen un sabor y olor tan especial!
  

                                                   
 
     
                                                          
A veces en el camino se juntan castaños, eucaliptos,  parece un túnel casi en penumbra, lo cual se agradece por el frescor que se respira y se siente; al pasar junto a sus ramas, siento algunas hojas sobre mi cara, tienen el rocío de la mañana.  
                                                   


                                                   
     

 En el camino,  por estos tramos, he tenido la suerte de caminar sola, sin nadie que distraiga mis sentidos, percibiendo,  sintiendo toda esta explosión de naturaleza a mí alrededor. 
Todo es armonía, silencio, paz, olores, quietud... Solamente se escucha el sonido de mis pisadas y el crujir de las hojas bajo mis pies.

Mi mente es estos instantes, sin ningún  pensamiento que entorpezca este instante. Solamente veo, siento, percibo, escucho.
Quiero llenarme de este paisaje, guardar dentro de mi todas estas sensaciones...

 Así, es la mente, tiende a ser selectiva, hace recordar, con la misma intensidad en el momento en que sucedió, todas las emociones que sentimos y vivimos, deseando prolongarse durante el mayor tiempo posible, en nuestra memoria y corazón. 
Y en ésta ardiente y calurosa tarde estival los recuerdos se intensifican...

!Amig@s buen verano  y ser felices!




  








sábado, 27 de abril de 2024

DILATACIÓN DEL TIEMPO




Todos sabemos que el tiempo juega un papel muy importante en la vida de las personas, el tiempo es un concepto complejo que ha sido objeto de estudio y reflexión desde tiempos inmemoriales.

En el cuadro de Salvador Dalí La persistencia de la memoria, también conocido como Los relojes blando o Los relojes derretidos, claro ejemplo del estilo surrealista, pintado en el 1931, tiene apenas el tamaño de un folio, 24 x 33 cm.
En el aborda la noción de la temporalidad y de la memoria a través de diferentes objetos cargados de simbolismos.

Dalí era un enamorado de la ciencia y siguió el trabajo del científico Alber Einstein con curiosidad. Los relojes derritiéndose son un símbolo inconsciente de la relatividad del espacio y el tiempo.

Sobre la obra se han escritos numerosas interpretaciones, aunque la mayoría de los historiadores de arte coinciden al afirmar que la pintura es un rechazo del tiempo como una influencia sólida y determinista.

Llama la atención la presencia de cuatro relojes, todos en una posición diferente. Uno de ellos cuelga de las ramas de un árbol seco, que se ha relacionado dentro del mundo fantástico con el concepto thanatos, de la muerte. Otro se encuentra tendido como una criatura insólita sobre la arena, que podría ser un autorretrato de Dalí. Una tercera pieza está a punto de caerse de un muro y sobre él hay una mosca, uno de los elementos más representativos del pintor.

Los relojes están derretido, desposeídos de su forma y uso convencionales y sugieren una noción distorsionada de los segundos que provocan extrañeza a quien los contempla que el tiempo transcurre de una manera muy diferente.
En el cuadro hay otro reloj de bolsillo que no está deformado y se encuentra boca abajo lleno de hormigas. Al parece, son un un símbolo inconsciente de la relatividad del espacio tiempo.

Su pintura llena de una técnica, precisa, de líneas puras, fuerza y colores brillantes contrasta con colores sombríos creando una atmósfera de ensueños.
Un cuadro que sin lugar a dudas lleno de simbología que nos invita a la reflexión.

Todos sabemos que los relojes marcan el tiempo en la tierra y aunque no podemos controlar el tiempo, si podemos aprender a manejar nuestras emociones y percepciones para vivir nuestra vida de manera más plena y satisfactoria, viviendo y disfrutando de nuestro aquí y ahora, como bien dice éste hermoso poema «Instantes» atribuido a Jorge Luis Borges.


Si pudiera vivir nuevamente mi vida,
en la próxima trataría de cometer más errores.
No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.
Sería más tonto de lo que he sido,
de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad.
Sería menos higiénico.
Correría más riesgos,
haría más viajes,
contemplaría más atardeceres,
subiría más montañas, nadaría más ríos.
Iría a más lugares adonde nunca he ido,
comería más helados y menos habas,
tendría más problemas reales y menos imaginarios.

Yo fui una de esas personas que vivió sensata
y prolíficamente cada minuto de su vida;
claro que tuve momentos de alegría.
Pero si pudiera volver atrás trataría
de tener solamente buenos momentos.

Por si no lo saben, de eso está hecha la vida,
sólo de momentos; no te pierdas el ahora.

Yo era uno de esos que nunca
iban a ninguna parte sin un termómetro,
una bolsa de agua caliente,
un paraguas y un paracaídas;
si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano.

Si pudiera volver a vivir
comenzaría a andar descalzo a principios
de la primavera
y seguiría descalzo hasta concluir el otoño.
Daría más vueltas en calesita,
contemplaría más amaneceres,
y jugaría con más niños,
si tuviera otra vez vida por delante.

Pero ya ven, tengo 85 años...
y sé que me estoy muriendo.